domingo, octubre 22, 2006


41.
- ¿De qué trataba Crímenes perfectos?
Estaban sentados en las escaleras. Algunos amigos de Patricia bebían lo que sobraba de licor. Luis pensó en la pregunta Rafaela. No sabía si se lo estaba preguntado a él en realidad, porque más bien fue como una pregunta al aire. No supo cómo responderle entonces. En otras circunstancias le habría dicho que se trataba de un triángulo amoroso, en donde la principal implicada es una estudiante lesbiana y fea, pero pensó que tal vez eso no era a lo que ella se refería. Quiso decirle entonces que se trataba del crecimiento, que en su libro los personajes nada más estaban creciendo, pero como parte de ése crecimiento tenían que deshacerse de aquellos quienes les impedían crecer.
- Suena como si los estuvieras justificando -dijo Rafaela.
- Pero por eso no lo hicimos nosotros -aclaró Luis.
- ¿No?
Luis negó con la cabeza.
- ¿Entonces por qué lo hicimos?
- Por cuestiones prácticas, por venganza, pero no por crecimiento, eso sería absurdo -replicó Luis-. Nadie mata porque está creciendo…
La mirada de Rafaela lo hipnotizó. Ella tenía los ojos fijos en un lugar que estaba fuera de su alcance visual. Luis entró en una especie de transe. Pensó en las posibles formas en las que podía haber acabado su libro. En un principio había pensado en que la estudiante lesbiana y fea debía matar a todos por el simple hecho de ser una estudiante lesbiana y fea, pero mientras fue avanzando la historia se dio cuenta de que aquel motivo no era suficiente. Se necesita más que ser lesbiana y fea para matar a alguien. Entonces se dio cuenta.
Cualquiera puede matar a cualquiera. La mayoría de gente que anda por ahí merece morir de manera espantosa. Todos pudieron haber matado a cualquiera en su pequeño libro. Era sólo cuestión de enfoque. Así que en el primer cuento tenemos a la estudiante lesbiana y fea, planeando durante incansables noches en vela un asesinato múltiple que acabará con todos aquellos que no la dejan crecer. En el siguiente cuento, la chica que en un principio provoca a la estudiante lesbiana y fea mata a su enamorado ahogándolo con una almohada mientras hacen el amor. En el siguiente, el chico mata a una tercera chica (fea, pero no lesbiana) con su indiferencia, hasta que ella decide cortarse las venas. En el cuarto cuento, la estudiante lesbiana y fea lleva a cabo su venganza, todos mueren de distintas y dolorosas maneras durante una fiesta. En el siguiente cuento sucede lo mismo, sólo que la estudiante lesbiana y fea no asesina a nadie. En el siguiente cuento la chica que se corta las venas es la que mata al chico. En el siguiente cuento el que asesina es el chico, luego de violar a las tres chicas, incluyendo a la lesbiana.
- ¿Entonces por qué lo hicimos?
- Porque podíamos… -respondió Luis.
- Eso no tiene sentido -dijo Rafaela, antes de ponerse a llorar.
- Tal vez no tenga sentido.

42.
Los labios de Almendra eran dulces para él. Estaban estacionados frente al edificio donde la iba a dejar, en Miraflores. A él le pareció extraño, porque recordaba que Álvaro había dicho que Almendra vivía en San Miguel. Ella se excusó diciendo que ahí vivían sus padres.
Había sido una noche larga, él había comprado una botella de agua mineral para los dos. Ella seguía con la cara hinchada debido a los golpes. A pesar de todo, en el camino, Almendra había adquirido un buen semblante. Hablar con él había sido gratificante. Se lo dijo juntando ambas piernas y estirando el brazo que tenía bien. Después de un rato se besaron.
Los labios de Almendra eran de caramelo. Después de un rato de estar besándose, ella le dijo para pasar la noche juntos, le explicó que sería vergonzoso despertar a sus papás y hacerles pasar una mala noche. Dijo que eso la deprimiría en lo más hondo. Michael Thorndike sonrió levantando los hombros y dijo:
- Vamos a mi departamento, no hay problema.
En el camino Michael Thorndike le contó que siempre había pensado que Álvaro la maltrataba psicológicamente, y esa noche había comprobado que el maltrato era también físico. Eso él no lo iba a permitir, claro que no. Almendra lo miró fijamente.
- ¿Y qué piensas hacer? -Le preguntó.
Michael separó las cejas. Miró la hora en el reloj del carro. Maldijo entre dientes. Trató de pensar en una buena excusa. Almendra le dio un beso cerca de los labios y se lo agradeció por adelantado. Luego se recostó sobre sus piernas, mientras él conducía, y jugó a que le acariciaba el pene con las mejillas.
- ¿Vas a ir a decírselo? -Le preguntó Almendra- ¿Qué le dirías?
- No lo sé, le gritaría… -improvisó Michael.
Almendra se reincorporó y lo miró a los ojos. Michael estacionó el carro. Trató de buscar una mejor respuesta. No se le ocurrió ninguna. Luego vio el moretón que tenía Almendra en la cara y le dijo:
- Lo golpearía en la cara.
Almendra sonrió, aplaudió con una sola mano. Se besaron. Michael tuvo cuidado al besar sus heridas. Ella suspiraba con cada beso. Michael adoró sus labios. Eran rojos como imaginó que sería su ropa interior. De inmediato quiso tener sexo con ella. Se dio cuenta que había sido una fantasía secreta que albergaba desde hacía tiempo.
- Quiero que lo golpees -dijo Almendra entre suspiros y pequeños quejidos.
- Lo golpearé -dijo Michael, besándole el cuello- hasta hacerlo sangrar, aunque sea un poco.
- Que sangre -dijo Almendra con los ojos cerrados.
- ¿Mientras más sangre mejor? -preguntó él.
- Ay… -dijo Almendra, en susurros, mientras Michael introducía sus dedos dentro del calzón rojo de ella. Una ola de placer se apoderó de los dos.

43.
Nelson Aguirre estaba viendo televisión cuando se enteró. Era como si las pulgas lo siguieran. Se rascó la cabeza. Puso el noticiero por canal siete y ahí estaban otra vez. Luis Sosa y Rafaela Bobadilla en Madrid. Luis Sosa y Rafaela Bobadilla comprando bisutería. Luis Sosa y Rafaela Bobadilla habían engañado a todo el mundo.
El motivo de los asesinatos por fin tenía un móvil: el dinero de la empresa textil, el juicio que enfrentaba la empresa por discriminación sexual, que derivaba en una negligencia que había provocado la violación de la tal Rita Huarcayo. Si escribiera un libro sobre los asesinatos, pensó Nelson Aguirre, tendría que comenzar con la violación a Rita. Revisó sus apuntes. Rita Huarcayo, de 38 años, había sido violada en su trabajo a principios del mes de febrero. Durante la vejación además fue golpeada y víctima de contranatura.
Nelson Aguirre imaginó la escena. En la fábrica es un día soleado de febrero y todos los trabajadores están tensos. Llega Rita Huancayo, quien además no es en lo absoluto atractiva. Entre los empleados de la fábrica corre el rumor de que está embarazada. La tensión entre los trabajadores de la fábrica se incrementa a la hora del almuerzo. Rita Huarcayo es la única empleada mujer que trabaja en la fábrica. Cuando ella se dirige a los lavados es cuando sucede. Sin ningún motivo aparente todos entran al baño y la acorralan. Ella intenta pedir auxilio pero los supervisores de la planta han salido a almorzar temprano esa tarde.
Es cuando Luis Sosa aparece en la historia. Trabajaba en la planta como supervisor suplente en control de calidad y según los informes ésa tarde él se quedó a almorzar también en la fábrica. Si bien es posible que no se haya enterado o que no haya marcado su hora de salida, también es probable que haya caminado entre los trabajadores de la fábrica (su trabajo no era muy distinto al de ellos, apenas ganaba un poco más) y se haya bajado los pantalones ante el trasero de Rita y haya participado también de la violación. En ése momento, el cerebro de Nelson Aguirre volaba deliberadamente y sin restricciones.
Es posible incluso, dedujo Nelson Aguirre, que haya sido el mismo Luis Sosa quien avisó a los trabajadores de que no había nadie en la planta. No era difícil de imaginar entonces, cuando todo parecía incriminarlo. Más allá de que Luis Sosa fuera culpable o no, Nelson Aguirre podía verlo planeándolo todo.
Luis Sosa y Rafaela Bobadilla en el metro de Madrid. Luis Sosa y Rafaela Bobadilla de paseo por el mar de Barcelona. Se les ve feliz y de la mano. Ambos se besan. Las fotos las había sacado un fotógrafo contratado por Marcela Bobadilla. En poco tiempo la sangre llegó al río.

44.
Los días siguientes se dedicó a investigarlo. Habló con periodistas que también seguían el caso. Se reunió con algunos de ellos y compartieron datos. Nelson Aguirre fanfarroneaba de haber sido el primer periodista en la escena del crimen. Los demás soltaban información rápido. Luis Sosa había escrito un libro. Luis Sosa había sido enamorado de Patricia. Luis Sosa era sin duda un hijo de puta desgraciado capaz de engañar a cualquiera. Un periodista joven de unos veintidós años, con una barba horrible en el rostro, lo comparó con Tom Ripley.
Puras exageraciones, pensó Nelson Aguirre entonces. Comparó datos, falseó informaciones y filtró otras. Jugó al teléfono malogrado. Consiguió el número de uno de los testigos principales. Al comienzo fue imposible ubicarlo. En la agencia donde había trabajado Álvaro Sosa se mostraban reacios a hablar con la prensa.
Sólo pudo hablar con él una vez que se supo la noticia de que Rafaela y Luis iban a ser trasladados a Lima desde Madrid. Se encontraron en el Haití, en Miraflores. Michael Thorndike vestía un traje negro, camisa blanca y corbata negra. Usaba anteojos de sol a pesar de que ya había llegado el invierno. La neblina había descendido a la ciudad y el frío obligaba a un trasnochado Nelson Aguirre a usar chalina, mitones y casaca de cuero. Michael Thorndike lo saludó con un ligero movimiento de cabeza.
- ¿Nelson Aguirre? -Preguntó.
Nelson Aguirre sonrió y asintió. De inmediato se le acercó un mozo. Aguirre vio que Michael Thorndike sólo había pedido una gaseosa blanca y se animó a pedir un café. La hora del almuerzo había pasado e intuía que iba a ser una conversación larga. Sin perder más el tiempo, el supuesto testigo empezó a hablar. Le pidió expresamente a Aguirre que no usara la grabadora que de seguro tenía guardada en el maletín marrón que llevaba consigo. Aguirre asintió.
- En cuanto lleguen Sosa y Bobadilla de España -dijo Thorndike-, me van a llamar como testigo en el caso. Soy el único que puede declarar contra ellos…
Thornike insistió en que la entrevista fuera “off the record”. Como abogado sabía que si declaraba ante los periodistas antes de tiempo, su declaración podría verse tergiversada en los medios y eso era algo que nadie quería. Aguirre tomó nota mentalmente. Thorndike confesó que el único motivo por el que aceptaba aquella entrevista era porque, en los múltiples mensajes que Aguirre le había dejado en la oficina, el periodista especificaba que quería la entrevista no para usarla en los medios sino para escribir una investigación larga y detallada de lo sucedido. Thorndike estaba seguro de que su testimonio en el juicio era crucial y no quería -hasta asistir al juzgado- dar una versión oficial a los medios.
¿Qué era lo que Thorndike sabía?, se preguntó entonces Aguirre. El mozo llegó con el café del periodista y lo colocó cuidadosamente en la mesa. Michael Thornidike le dio un buen sorbo a su vaso de gaseosa blanca. Ambos se miraron un rato sin decir nada, antes de que Thorndike se dispusiera a hablar.
- Supongo que ya sabes más o menos lo que pasó… -dijo.
- Fui el primero en llegar a la escena del crimen -apuntó Aguirre.
- Supongo que se refiere a que fue el primer periodista.
Aguirre asintió. Thonrdike le dio otro sorbo a su vaso de gaseosa. Junto a ellos pasó una chica rubia que llamó la atención de los dos. Llevaba un polo blanco y un pantalón buzo apretado. El testigo volvió a hablar, pero esta vez en susurros:
- Volví a la casa de los Bobadilla cerca de las tres y media de la mañana. Cuando le pregunté si sabía más o menos lo que pasó, me refería al asunto entre Álvaro… -Thorndike tuvo que detenerse un segundo, antes de seguir hablando.- Entre Álvaro y su secretaria. Bueno, Álvaro había golpeado a Almendra esa noche. No lo culpo ahora, tal vez porque murió de una manera tan espantosa, o porque siempre justifiqué que en determinadas circunstancias un hombre golpeara una mujer. El caso es que esa noche estacioné mi carro a un par de cuadras de la casa de los Bobadilla…
Nelson Aguirre le pidió que se detuviera un momento. Revisó sus apuntes y tomó nota. Le preguntó si era cierto que Almendra había cogido el buqué, y que luego se lo había tirado por la cara a Álvaro frente a su esposa. Thorndike dijo que sí. Aguirre tomó nota. De inmediato le preguntó con qué intenciones había vuelto de la casa de los Bobadilla y si Almendra seguía en el carro con él.
- Sí, ella se quedó en el carro. Todavía seguía dopada, yo estacioné el carro a unas cuadras del Golf de San Isidro y bajé con la excusa de que había olvidado algo en la recepción de la boda. Me sorprendió ver policías y paramédicos. Entonces supe que algo había pasado y pensé que lo mejor era largarme. Cuando llegué a la puerta no fue difícil entrar. La mayoría de gente se había ido pero algunos amigos de la novia estaban acompañándola y… -Michael Thorndike entornó los ojos- seguían tomando. Incluso habían prendido la radio. Abordé a Álvaro con la intención de intimidarlo pero en lugar de eso le pregunté qué había pasado. “Nada” me dijo, “encontraron a la dama de honor muerta en el baño…”. Todos se mostraban especialmente fríos con el tema de la chica muerta en el baño. Era como si no importara o como si nadie la hubiera conocido. Era casi como si hubieran contratado a una empleada como dama de honor y luego ella, sin ningún motivo aparente, se hubiera cortado las venas en el baño. No tenía ningún sentido.
Nelson Aguirre le preguntó qué pasó después de que encontraran el cadáver de Paola Ramallo. Thorndike levantó los hombros. Jamás escuchó que alguien encontrara el cadáver de Paola Ramallo hasta la mañana siguiente.
- ¿Quiere decir que Luis Sosa no le avisó a Javier Ramallo que el cadáver de su hija estaba en la azotea?
Michael Thorndike negó con la cabeza.
- Puede que se lo haya dicho, yo no tenía por qué haberlo sabido. Yo estaba en un extremo de la sala discutiendo con Álvaro. Le recriminaba haber golpeado a Almendra. Lo hacíamos en voz baja, claro. No queríamos hacer de todo eso un espectáculo. Incluso, Álvaro me contó que Marcela hizo bajar el cadáver de la dama de honor por la escalera de servicio…
- ¿Qué hizo después de discutir con Álvaro?
- Fui al jardín y me dediqué a fumar un cigarrillo. Cuando intenté salir a la calle un policía en la puerta me negó el paso. Dijo que nadie podía salir o entrar a la casa. Yo le expliqué lo grave de la situación. Tenía una chica sedada en mi carro, además, yo había entrado después de que todo eso pasara. ¿Por qué me dejaron entrar entonces? El policía no entendía razones y obligó que me quedara.
- ¿Qué hizo entonces?
- No quería entrar y ver a Álvaro así que me quedé dando vueltas por el jardín fumando cigarro tras cigarro. Durante todo ése tiempo me imaginaba a Almendra preocupada o sufriendo terriblemente. Álvaro le había dejado un brazo roto y golpes en la cara. Fue realmente salvaje. Así que yo estaba preocupado y daba vueltas alrededor de la casa. Estuve ahí cuando sacaron el cadáver de Adela, creo que así se llamaba, la dama de honor. Y también me pareció ver que algo se movía en la oscuridad, una especie de sombra, como si no estuviera sólo. Fue entonces cuando me di cuenta que tenía que salir de ahí…
Michael Thorndike hizo una pausa para darle un sorbo a su vaso de gaseosa y mirar a la gente pasar por el Haití. Miró la hora en un reloj plateado en su muñeca izquierda y se propuso seguir con su monólogo. Nelson Aguirre tomaba nota y escuchaba todo lo que él decía.
- Intenté trepar uno de los muros, comprenderás que inútil…
- ¿Intentó trepar uno de los muros?
Thorndike se lo pensó un rato.
- En realidad creo que sólo lo pensé -rió para sí mismo-, el caso es que no lo hice. Me quedé ahí, un buen rato, esperando que todo pasara, y en un minuto que fue como un fogonazo (digo esto porque estaba sentado, en una de las mesas, a punto de quedarme dormido) cuando me di cuenta de que no había nadie cuidando la puerta y estaba a punto de amanecer. Se veía una leve claridad que lo invadía todo y que se había apoderado de la atmósfera. Era como si una especie de neblina luminosa lo invadiera todo. Entonces salí de la casa y la calle estaba desierta. Por un minuto pensé estar viviendo un sueño. Los postes de luz seguían encendidos. No parecía escucharse un solo sonido a kilómetros de distancia, excepto el motor de algún ocasional carro a lo lejos. Debo confesar que me costó trabajo pararme y caminar por la calle. Cuando llegué al carro me di con que Almendra ya no estaba. Se había ido. Entonces pensé que a lo mejor había entrado a la casa, pero que yo había estado dormido y me culpé por ello. Hasta ahora me culpo por ello. Cuando volví a entrar a la casa fue cuando pasó. No me había dado cuenta pero la radio seguía prendida. Serían unas cinco o seis personas, tal vez ocho amigos de Patricia, creo que de la universidad. Casi entro y les pregunto si habían visto a Almendra, pero en lugar de eso me quedé ahí parado, inmóvil, como si un presentimiento o dejá vu, o como sea que se llame (llámalo Dios si quieres, o destino) hizo que me quedara inmóvil y no continuara mi camino. En realidad, me cuestioné cómo preguntarles si habían visto a Almendra, cómo describirla… Entonces bajó Sokolich, con una pistola en la mano. Todos se voltearon a mirarlo. Llevaba un polo morado, viejo, con unas letras blancas que decían “THE OLD SCHOOL” o algo por el estilo. Disparó, primero al aire, luego a Bobadilla, el papá de Patricia, que había estado en otra habitación pero que llegó ahí al escuchar el primer disparo. Es mentira que haya disparado contra todos los chicos que estaban ahí en la sala. Sokolich esperó ver bien a Bobadilla antes de dispararle. Una vez que lo hizo, todos quedaron inmóviles. Era como si esa bala hubiera roto el hilo conductor de las cosas o fuera una especie de… chicharra paralizadora, que paraliza la realidad, o la rompe. Todos menos Javier Ramallo, él tenía un semblante amargo en el rostro y cuando vio a Jorge Sokolich lo primero que hizo fue sacar su pistola y dispararle. Jorge Sokolich salió corriendo por la puerta y no quedaba ahí un solo policía quien lo pudiera detener (resulta intrigante esto de la ausencia de policías) entonces se escucharon más disparos, pero esta vez en la calle…
- Según la versión oficial sí habían policías…
- Tal vez había uno o dos, pero el que finalmente le dio fue Javier Ramallo, él lo mató…
- Pero sí habían policías.
- Yo no vi policías hasta que todo pasó.
- ¿Qué hizo después?
- Esto es lo más interesante. Cuando Sokolich mata a Bobadilla y escapa, toda la atención se centra en él, en su persecución y posterior muerte. Piense un rato. Lo que hizo Sokolich fue suicida. Bajó las escaleras, después de haber hecho un baño de sangre (para bien o para mal, fue un baño de sangre algo pulcro, premeditado o no, fueron crímenes casi exitosos) para matar a una sola persona y luego escapar corriendo por las calles de San Isidro, con una pistola en la mano. Jorge Sokolich pudo estar loco, pero no era idiota. Sabía que iba a morir…
- ¿Cuál es su teoría?
- Es que no me ha dejado terminar. Yo estaba medio dormido, en un estado en el que sólo puede estar una persona como yo minutos antes del amanecer, absolutamente sedado, drogui, como quieras llamarlo. Es cuando veo a Sokolich con una pistola en la mano, un polo viejo y desteñido y una sonrisa de loco en la cara. Lo primero que atiné a hacer fue esconderme debajo de una de las mesas que había en el jardín. Lo alcancé a ver corriendo hacia la puerta, detrás iban Ramallo y otro tipo uniformado que, está bien, pudo ser un policía. Yo caminé lentamente hacia la puerta y salí de la casa a mirar la persecución. Después escuche más disparos, venían del interior de la casa. Yo estaba parado a unos metros de la puerta. Casi me vuelvo loco.
- ¿Más disparos? ¿Dentro de la casa?
- Así es. Y es que no fue ni uno ni dos. Fueron varios disparos. Me sentí terrible, era como estar en el infierno. Supe que la siguiente persona en morir iba a ser yo, así que me fui lo más rápido que pude, sin dar parte a la policía. Lo único que quería era descansar un rato y no pensar nunca más en nada. Por alguna razón cuando llegue al carro estaba llorando. Lloraba descontroladamente y ni siquiera pude serenarme y conducir. Aparté mi rostro de la casa de los Bobadilla y no quise ver más…